Dinastía Navarra (1037-1126)

Fernando I el Magno y Doña Sancha de León (1037-1065)

Vermudo III moría sin descendencia. Era su hermana Sancha de León, la esposa de Fernando Sánchez de Castilla, la que tenía más derecho para sucederle en el trono, y a León vinieron ambos esposos en busca de la corona. La crónica Silense dice al respecto: En la era de M.LXX.VI a X de las Kalendas de julio fue consagrado don Fernando en la iglesia Santa María de León y ungido rey por Servando, obispo de feliz recordación de dicha iglesia. La entrada en León de Fernando parece que tuvo serias dificultades y se vio obligado a tomar la ciudad por las armas. Pronto comenzaron Fernando y Sancha a figurar como reyes en los diplomas de León y Castilla, lo demuestran los más de 70 diplomas que se conservan, confirmando que ya gobernaban León en el año 1039. En adelante, Fernando I será llamado rex imperator y a Sancha regina imperatrice a ser ella la transmisora del titulo imperial como heredera del trono de León.
En los primeros años de su reinado, Fernando I se dedica a someter a su autoridad a los miembros de la poderosa nobleza de los países de la corona de León que de manera reacia habían aceptado su entronización. Fernando I confirmó el Fuero de León que había otorgado su suegro, Alfonso V, y mandó observar el código visigótico, que desde siempre, era ley fundamental del Reino leonés. Así vemos, que este navarro venido de Castilla, supo adaptarse a los usos y tradiciones de su nuevo reino y convertirse en un auténtico leonés, sin duda, en buena parte, por influjo de la reina Sancha, su esposa. Lograron una familia leonesa de cinco vástagos: Urraca, Sancho, Elvira, Alfonso y García. Fueron educados en estudios liberales, como había sido educado su padre; los varones fueron ejercitados en carreras ecuestres, en el manejo de las armas y en la caza, en tanto que a las hijas, se les instruía en toda ocupación propia de mujeres. Todos ellos se preparaban para regir pueblos. Sancho sería rey de Castilla, Alfonso de León, García de Galicia, Urraca reina de Zamora, Elvira, señora de Toro y ambas, dominas del Infantado leonés. Afirmado en el trono de León, Fernando se propone recuperar las comarcas que había tenido que ceder a su hermano García y aun aquellas que Sancho el Mayor había incorporado a Pamplona, parte de las cuales eran de lengua vasca, otras de legua romance y otras bilingües.
Las relaciones entre los dos hermanos habían transcurrido hasta entonces pacíficamente; pero la creación por García, en 1052, de la diócesis de Nájera, en la que quedaban incluidas tierras castellanas, ocasionó la ruptura de los dos hermanos. En el año 1054, estando García enfermo, fue a verle su hermano Fernando a Nájera al cual trató de retenerle y encarcelarle, sin que lograse su propósito. Al poco tiempo fue el leonés quien enfermó, y el hermano mayor el que le devolvió la visita para disimular el agravio, pero con el deseo de hacerlo desaparecer para ocupar su trono. Fernando aprovechó la oportunidad para apresarle y encarcelarle en el castillo de Cea, de donde logró escapar, gracias a su astucia y a la ayuda de varios cómplices. García, enfurecido y arrogante, se preparó para la guerra. Fernando, al contrario, humilde y sencillo, se propuso llevar con paciencia las envidias y fanfarronerías de su hermano y aun trató de volverle al buen camino enviándole como emisarios para conseguir la paz a dos santos abades, Domingo de Silos e Ignacio de Oña. Todo resultó mal. García les expulsó del campamento amenazándoles de muerte. Cansado Fernando de las bravuconadas de su hermano le salió al encuentro con un fuerte contingente de leoneses, gallegos y castellanos. Ambos ejércitos se encontraron en el valle de Atapuerca, a unos 20 kilómetros al oriente de Burgos. Las tropas leonesas más experimentadas y mejor dirigidas, ocuparon de noche un altozano y desde él se descolgaron al amanecer contra los navarros. La consigna de Fernando era la de coger vivo a su hermano, porque así se lo había prometido a su esposa Sancha. Pero los jefes de León, que no habían olvidado la muerte de su rey Vermudo, cayeron sobre el desgraciado García y lo mataron. Fernando aún tuvo la piedad de recoger el cadáver de su hermano y hacerlo enterrar en Najera, en la iglesia de Santa María, que el difunto había mandado construir. Según la crónica ocurrió el 1 de diciembre de 1054. A raíz de la batalla de Atapuerca se consolidó el reino-imperio de Fernando I como el más fuerte de la península, dispuesto a llevar a cabo, él solo, la reconquista total de España. En todo se dejaba guiar por su esposa a quien por primera vez, entre las reinas leonesas, se le dio el titulo de emperatriz. En un diploma del monasterio de Arlanza de 1055 así lo menciona: Bajo el imperio del emperador Fernando, rey y Sancha reina emperatriz, que gobiernan el reino de León y Galicia y Castilla, reinando su sobrino Sancho en Pamplona y Nájera y su hermano Ramiro en Aragón y Ribagorza.
Empezó por poner orden en la Iglesia y en los clérigos y organizar la convivencia ciudadana y la administración de justicia. En 1055 los reyes, Fernando I y Sancha de León, celebraron el concilio de Coyanza, hoy Valencia de don Juan, población leonesa a la vera del río Esla y territorio de la diócesis de Oviedo. La finalidad era la reforma de nuestra Cristiandad, por aquel entonces bastante relajada. Asistieron nueve obispos de los reinos de León, Galicia y Navarra, a saber: Lugo, Oviedo, Iria y Santiago de Compostela, León, Astorga, Palencia, Calahorra, Pamplona y Viseo, y entre los abades estaban santo Domingo de Silos, san García de Arlanza y san Iñigo de Oña. En sus trece cánones se establecieron las relaciones de clérigos y monjes para con los obispos. Otras de las actividades de Fernando y Sancha para la gobernación del reino fue la concesión de fueros a varios poblados, como por ejemplo, el fuero de Fenar, de abril de 1042; el fuero de Matanza de Valderrey, del 28 de junio de 1046 y los buenos fueros a la comarca de Valdesaz de los Oteros del 8 de abril de 1064.
Puesto en orden el reino y asegurada la frontera con los navarros, debilitados estos por la derrota de Atapuerca, pudo Fernando acometer empresas militares de expansión a costa de los reinos musulmanes. El califato de Córdoba se hundió dando paso a los reinos de taifas, sumidos en mutuos ataques y guerras civiles. Los reyes y condados cristianos de León, Castilla, Pamplona, Aragón y Barcelona se apresuraron a conseguir beneficios de tal situación, al menos haciéndoles pagar tributos que llamaban parias. Ya en 1055, se atrevió a recorrer las tierras portuguesas de las taifas en una incursión de saqueo que llegó hasta las cercanías de Viseo, repoblando y fortificando con castillos estratégicamente emplazados la línea de futuros avances. En el verano de 1057 con un ejercito legio-castellano partió de los Campos Góticos Leoneses hacia Portugal por los margenes del río Duero hasta la ciudad de Lamego a la que puso sitio, logrando someterla el 27 de noviembre. Sin volver a León, siguió avanzando hacia el sur y puso cerco a Viseo, ciudad pendiente de venganza leonesa. Aquí encuentra al lanzador de la saeta que mató a su suegro, Alfonso V, y en venganza, manda cortarle las manos. Cayó en manos de los ejércitos fernandinos el 23 de julio de 1058.
Asegurada la frontera de Portugal se lanzó Fernando a un ambicioso plan en la oriental. Su proyecto era aislar los reinos cristianos del norte, Pamplona, Aragón y el condado de Barcelona, cercándoles el avance por el sur, en el que estaban interesados. Hacia 1060 atacó y ocupó el castillo de Gorras, Vadorrey, Berlanga y Aguilera. Posteriormente se adueña de Santiuste y Santa Mera en la provincia de Guadalajara, obligando al taifa de Zaragoza Ahmad I al-Muqtadir a rendirle vasallaje. En 1061 su sobrino Sancho le ataca por el norte, pero no tarda Fernando en clarificar la situación. Sin mayores preocupaciones en esta frontera de Castilla, puede dirigirse en 1062 hacia el Reino de Toledo, repitiendo en la frontera meridional una parecida operación a la llevada a cabo en la oriental. Con un poderoso ejercito atacó Talamanca y Alcalá, amenazando al rey de Toledo al-Mamún, que se había negado a entregarle el tributo, y obligandole a ponerse al corriente al pago de parias. En la primavera de 1063 el taifa de Zaragoza al-Muqtadir, pidió ayuda a Fernando para liberar la población de Graus, cercada por las tropas del rey Ramiro. Fernando que le tenia por tributario estaba obligado a protegerlo. A su auxilio salió una expedición capitaneada por el infante Sancho a quien acompañaba un jovencísimo Cid. De esta acción murió el rey Ramiro, hermano de Fernando, el día 8 de mayo. En el orden político se celebró este año una curia regia en la que se establecieron los derechos hereditarios y la distribución del reino entre los hijos de Fernando y Sancha. Esta tuvo lugar conforme a las practicas hereditarias propias de la dinastía Navarra. Se partía de la consideración de territorios originarios, por un lado, y de territorios adquiridos, por otro. De esta manera el primogénito, Sancho, se convertía en rey de Castilla con las parias de Zaragoza, mientras que el segundogénito, Alfonso, el hijo preferido, le correspondía León, en cuanto reino adquirido y las parias de Toledo. El Reino de León integraba también los Campos Góticos Leoneses, pero se separaba del antiguo reino de Galicia, que le correspondió a García conjuntamente con las parias de Badajoz y Sevilla. Dejaba a sus dos hijas, a Urraca el señorío de Zamora y a Elvira el de Toro, y para ambas, el Infantado y los monasterios del reino que el rey había construido, mientras permaneciesen solteras. Trataba con este reparto, de asegurar la paz, que no consiguió, entre sus hijos e imitaba a su padre, Sancho el Mayor, que había hecho lo mismo treinta antes.
También en 1063 llegó con sus ejércitos a Mérida haciendo tributarios a los reyes de taifas de Badajoz y Sevilla. Desde Mérida envió una lucida embajada a Sevilla a recoger, según nos dice, los restos de santa Justa, virgen y mártir en la persecución romana. Presidió la misión el obispo de León, Alvito, y le acompañaban el obispo de Astorga, Ordoño y el conde Munio Muñoz, los nobles Fernando y Gonzalo, con una fuerte escolta militar. Llegados a Sevilla el rey al-Mutadid confesó no saber del enterramiento de santa Justa, pero dio libertad a la embajada para que indagase por su cuenta. Como el sepulcro de la mártir no apareció, decidieron confiar el éxito de la embajada a la oración y al ayuno. Mientras dormía, Alvito recibió, por tres veces, una revelación de Isidoro, manifestandole ser voluntad divina que fuese el cuerpo de Isidoro y no el de Justa, elconcedido a León. Al mismo tiempo le revelaba dónde se encontraba el sepulcro: aquí, aquí, aquí encontrarás mi cuerpo, y para que no pienses quesoy un fantasma que te engaña, reconocerás la verdad de lo que te digo por esta señal. En cuanto mi cuerpo sea desenterrado te asaltará una enfermedad incurable, y dejando ese cuerpo mortal, vendrás a nosotros con la corona de los justos. Alvito con sus compañeros se presentó enseguida en el palacio de al-Mutadid, le refirió la aparición y le pidió permiso para llevarse el cuerpo de Isidoro en vez del de Santa Justa. El taifa escuchó al obispo con seriedad imperturbable, y cuando hubo terminado exclamó: ¡Ay! si os doy a Isidoro, ¿que me queda?. Sin embargo cúmplase la voluntad de Dios. Eres un hombre demasiado venerable para que pueda negarte nada. Buscad el cuerpo de Isidoro y llevároslo, aunque a mi pesar. Fue fácil encontrar el sepulcro, pues buscando señales, vieron los cristianos vestigios de los tres golpes que Isidoro dio con el báculo en la última aparición. Y descubierto el sagrado tesoro, fue tanta la fragancia de su cuerpo, que como si fuera una niebla de bálsamo, humedeció los cabellos y barbas de todo los circunstantes con un rocío de olor superior al normal. La caja del sepulcro era de enebro; y al punto que se descubrió el cuerpo enfermó Alvito y al séptimo día entregó su alma al Creador. Ordoño se hizo cargo de la expedición de vuelta con los cuerpos de Isidoro y Alvito hacia León. Parece que el taifa sevillano opuso alguna resistencia, pero al fin, permitió la salida, no sin grandes manifestaciones de pesar.
En León, el rey Fernando dispuso de un regio recibimiento a los restos mortales de Isidoro que colocó en la recien reconstruida iglesia de san Juan que la hizo de sillares de piedra. Los últimos días de diciembre de 1063 fueron de gran aparato y fastuosa magnificencia. El grande aparato consistió en solemnes festejos y celebraciones que incluyeron la consagración y dotación de la iglesia nueva, la fiesta litúrgica de traslación de las reliquias y un gran banquete a los nobles del reino. El 21 se consagró la iglesia y el 22 se celebró la fiesta de traslación. Los reyes confeccionaron un esplendido banquete a los comensales. Se sabe que se presentaron exquititos manjares, que el rey Fernando, en atuendo de camarero, servía a los clérigos, obispos y abades, presbíteros y diáconos, mientras que la reina Sancha y sus hijos, los infantes, Urraca, Elvira, Sancho, Alfonso y García, hacían de sirvientes para el resto de los convidados. Los asistentes a la ceremonia fueron los siguientes:
Obispos: Cresconio de Iria, Gomesano de Calahorra, Vistrario de Lugo, Soario de Mondoñedo, Bernaldo de Palencia, Ordoño de Astorga que trasladé desde Sevilla las santas cenizas, Jimeno de León, sucesor de Alvito, Pedro, francés, obispo de Le Puy.
Abades: Gonzalo (no se nombra abadía), Iñigo de Oña, García de Eslonza, Sisebuto de Cardeña, Domingo de Silos, Alderedo de Galicia, Fagildo de Antealtares, Bradinaldo de Samos, Froilán de Compostela.
Otros: tres nobles y seis clérigos confirmantes, seis testigos y un notario.
Fernando I y Doña Sancha daban así prestigio a su corte con una digna iglesia palatina, en un estilo nuevo que ya había llegado a Cataluña. Inauguraban en León el estilo románico. La dotaban con muy codiciadas reliquias, como era el cuerpo del Doctor de las Españas, Isidoro. Con motivo de tan fausto acontecimiento, los reyes expidieron un celebre privilegio, recogido en el diploma nº 125 del Archivo Capitular de la Colegiata isidoriana, en el que, después del encabezamiento, se consigna: Nosotros, indignos y humildes siervos de Jesucristo, Fernando, rey, y Sancha, reina, hemos hecho trasladar el cuerpo del bienaventurado Isidoro de la Metropolitana Sevilla, por manos de obispos, al interior de los muros de la ciudad de León, colocándole en la iglesia de San Juan Bautista: ofrecemos , pues, en presencia de los obispos, y también de otros muchos varones religiosos, que, llamados, han acudido de diversas partes a esta grande solemnidad con suma devoción, al dicho San Juan Bautista y al bienaventurado Isidoro, en el predicho lugar, los ornamentos de los altares, a saber: un frontal de oro purísimo, de labor hermosa, y con piedras esmeraldas, zafiros a toda suerte de piedras preciosas y cristales; igualmente, otros tres frontales de plata, uno para cada altar; tres coronas de oro, una de ellas con seis «alfas» en el cerco y otra corona de «alaudes», pendiente en el interior de la misma; otra es de oro, con amatistas y esmaltes; latercera, en verdad, es la diadema de mi cabeza; una arquilla de cristal, chapeada de oro; una cruz de oro, cuajada de piedras preciosas y esmaltes; otra cruz de marfil con la efigie del Señor crucificado; dos incensarios de oro con sus navelas de lo mismo; otro incensario de plata, muy grande; un cáliz y patena, ambos de oro, con esmaltes y pedrería; dos estolas «aureas» de tela de oro, «cum amoxesce» de plata y labores de oro; otra de tela de plata «argenteum» y al «amorcesce» tiene labores «olovitreas»; una caja de marfil, chapeada de oro, y otras dos de marfil con chapas de plata, en una de la cuales se guardan otras cajitas, maravillosamente labradas; tres frontales «aurifrisos»; un velo «lotzori» para el altar mayor, y dos más pequeños de armiño, «arminios»; dos mantos «aurifrisos»; otro «alguesi auro texto»; otro «gricisco» con el ruedo morado; una casulla «aurifrisa» y dos dalmáticas «aurofrissis»; ota casulla «alvexi auro texto». Sevicio de mesa a saber: «salare inferturia tenaces: trullione cum coclearibus X: ceroferales duros deauratos: anigma exaurata et arrotama». Todos estos vasos, de plata, sobredorados, con la predicha «arrotama» tienen dos asas.
Ayadamos entre los códices miniados, conocidos como fernandinos, el beato, obra de y el libro de horas de Fritoso. Pero la edificación cumbre de su reinado fue el Panteón Real de San Isidoro en la que también intervino su mujer Sancha que convenció al rey para que construyera un cementerio real en León, donde descansasen sus cuerpos y el de sus padres, cuando Fernando tenía intención de donar el suyo al monasterio de Arlanza o de Oña.
Ya tenía el rey Fernando pacificados sus dominios, elevada al máximo rango el Reino de León entre todos los reinos españoles, ordenando su testamento y ennobleciendo su palacio con un templo nuevo, bien alhajado y con el tesoro de muy valiosas reliquias. Sin tregua ni descanso, se dispuso a emprender la conquista de Coimbra, principal ciudad de lo entonces ya se llamaba Portugal. Lo primero que hizo fue suplicar la ayuda del apóstol Santiago. Se dirigió a Compostela donde permaneció tres días en fervorosa oración. Desde Galicia, a mediados de enero de 1064, las tropas de Fernando emprendieron la marcha hacia Coimbra, acompañadas de toda la corte. Al cabo de seis meses de combatir los muros con la tormentaria, consiguieron su capitulación el 9 de julio. El territorio conquistado lo puso bajo la jurisdicción del conde Sisnando, celebre personaje mozárabe.
En el año 1065 emprendería su última campaña. En el reino de taifa de Zaragoza, feudatario de Fernando, ocurrieron sucesos muy graves. Hubo una gran matanza de cristianos. el taifa al-Muqtadir se negó a pagar los tributos de León y Castilla y el rey Fernando emprendió contra él una expedición de castigo. En esta campaña llegó a Valencia gobernada por el rey moro Abdelmelik. Lo cercó y a punto estuvo de rendirla, pero hubo de retirarse y emprender la vuelta a León, aquejado de una grave enfermedad, que le causaría la muerte a los pocos días. Le enterraron en el sepulcro de piedra del Panteón Real de San Isidoro que el había construido, junto al de su padre, Sancho el Mayor, Rex Pirinaeorum et Tolosae, como decía el epitafio. Era el 27 de diciembre de 1065. Dos años después, el 8 de noviembre de 1067, moría en León la gran reina Sancha, tan apreciada por los leoneses y eficaz colaboradora de su esposo.

  

Alfonso VI el Bravo (1065-1109)

El reinado de este monarca, rey de León entre 1065 y 1072 y a partir de dicha fecha rey de todo el conjunto del territorio que componen Castilla, León y Galicia, representa un amplio periodo en el que se desarrollan importantes transformaciones en los reinos hispanoscristianos. Un acontecimiento como la conquista de Toledo en el año 1085, significa la incorporación no solo de un importante reino de la España musulmana, sino también el sometimiento de la antigua capital visigoda. Sin duda Alfonso VI es uno de los principales reyes de la Edad Media hispánica y su reinado constituye una auténtica inflexión histórica.
Los tres hijos de Fernando I eran de condición muy diferente. Sancho, el mayor, de carácter violento y extrovertido, Alfonso, el segundo, activo y también ambicioso como Sancho, pero más suave y atento con sus padres, de quienes tuvo manifiesta preferencia, así como de su muy afecta hermana, Urraca. El menor de todos, García, era al parecer, corto de animo y de inteligencia. Claro está que en tales circunstancias la paz no podía durar entre los hermanos del emperador. Sancho, el más guerrero y enérgico de los tres hermanos no tardó en iniciar una política de expansión territorial de sus dominios. Una de sus primeras decisiones fue nombrar al joven Rodrigo Díaz, armiger regis o alférez real, es decir, jefe de los ejércitos del rey. Hizo enseguida efectivo el vasallaje de al-Muqtadir, el rey moro de Zaragoza, obligandole a pagar las parias que debía a Castilla. Para restablecer los límites del país castellano que su abuelo Sancho el Mayor había alterado en favor de Navarra, se enfrentó al rey navarro Sancho IV Garcés y a su aliado el aragonés Sancho Ramírez en la llamada guerra de los tres Sanchos, celebrada en el año 1068. La guerra terminó con un importante triunfo castellano. Se incorporaron al reino los territorios de Bureba y Montes de Oca, restaurándose así las fronteras de la Castilla condal. La hegemonía castellana contrastaba con el hecho de que el titulo imperial se hallase en manos de su hermano el rey de León, ya que desde principios del siglo X, el titulo de emperador estaba vinculado a León.
En el mismo año tiene lugar también la batalla de Llantada, a orillas del Pisuerga, limite tradicional entre León y Castilla. Según lo previamente convenido, el vencedor se quedaría con el reino del vencido. El triunfo fue de las tropas de Sancho II dirigidas por el alférez Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador sobre las de Alfonso VI capitaneadas por Martín Alfonso, noble leonés. Sin embargo la derrota del monarca leonés no parece tener especiales consecuencias. Posteriormente, Alfonso VI, se dirige contra la taifa de Badajoz, cuyo rey Muddafar es apoyado por al-Mamún de Toledo, quien obliga a Alfonso a rendirse, a cambio de que Muddafar satisfaga las parias; muerto Muddafar y no queriendo pagar las parias su hijo Yahya, tiene lugar otra incursión. Mientras García luchaba contra los magnates portugueses, Alfonso VI se movía por tierras del Miño con su alférez Pedro Ansúrez, conde de Carrión. Se hallaba en Tuy como mediador entre García y sus rebeldes gallegos y, al parecer logró la sumisión a García. Poco después, Alfonso visitó en Castilla a Sancho y acordaron que el leonés dejaría pasar por su territorio al castellano para que éste atacara al gallego, con la condición de que le diese la mitad de lo conquistado. Sancho se apoderó de García en Galicia y lo llevó preso al castillo de Burgos, de donde lo sacó mediante la entrega de rehenes y juramento de vasallaje y le permitió que, acompañado de algunos caballeros gallegos, fuese a residir en la corte de Motámid de Sevilla, taifa cuyas parias el emperador Fernando había asignado a García. En un documento de 1071 consta que Sancho II el Fuerte andaba por tierras de Lugo y Orense como regnante in Castella et in Gallecia, a la vez que su hermano Alfonso VI reinaba in Legione et in Gallecia.
En 1072 se produce la disputa entre Alfonso y Sancho en torno a los territorios entre el Cea y el Pisuerga. En la batalla de Golpejera, cerca del río Carrión es derrotado Alfonso VI en el mes de enero. Es hecho prisionero y llevado a Burgos, siendo al poco liberado por la mediación del abad de Cluny y desterrado, primero a Sahagún en el monasterio de San Benito y después a Toledo, donde es acogido por su aliado al-Mamún. Vencido Alfonso VI, Sancho, siguiendo la tradición neogótica leonesa, fue ungido y coronado solemnemente como rey de León, a los pocos días de la victoria. Al-Mamún recibió al destronado Alfonso con mucha cordialidad y grandes honores y le dio alojamiento en el mismo alcázar real. Nueve meses pasó en tan grato destierro, el de la Mano , ocupando sus ocios en la caza o en guerrear con sus caballeros leoneses contra los enemigos de su amigo al-Mamún. Un grupo importante de nobles leoneses se negaba a reconocer a Sancho II como rey de León. Para los Beni Gómez de Carrión, representantes de la más alta nobleza leonesa, la coronación de Sancho, cuyos ejércitos tenían por jefe a un simple infanzón castellano, resultaba inadmisible.
Aunque situada dentro de los vastos dominios de los Beni Gómez en la llanura del Duero, Zamora había sido cedida por Alfonso a su hermana Urraca, mujer inteligente y muy activa a quien el rey quería y respetaba y los familiares llamaban reina de Zamora. La ciudad amurallada era, pues, cuartel general y fuerte baluarte de la oposición leonesa al rey Sancho. Urraca gobernaba la famosa plaza fuerte asistida por su ayo, el caballero zamorano Arias Gonzalo. El rey Sancho decidió poner fin a la resistencia leonesa de los zamoranos y sitió la formidable fortaleza. Durante este cerco se distinguió como guerrero el ya famoso Rodrigo Díaz, que era en la estimación del rey castellano, lo que Pedro Ansúrez en la de los leoneses. Estrechado el cerco de la plaza y afligidos por el hambre, sus defensores decidieron enviar como desesperado recurso a un audaz caballero llamado Vellido Dolfos, que salió solo de la plaza, entró sin ser conocido en el campo enemigo y mató al rey Sancho atravesandole el pecho con una lanza. El desconcierto y el desánimo se adueñaron de los sitiadores que temerosos, regresaron precipitadamente a Castilla. Pero el Cid y los más firmes castellanos llevaron durante cinco o seis jornadas el cadáver del rey Sancho hasta el monasterio de Oña, donde fue sepultado en el atrio. Mientras, Urraca envió un mensajero a Alfonso para comunicarle la muerte de su hermano Sancho. Este, junto a los Beni Gómez se dirigieron hacia Zamora, donde los prelados y magnates, gallegos, portugueses, asturianos y leoneses lo reconocieron inmediatamente allí mismo como rey y señor. Mientras, García intenta recuperar el reino de Galicia, pero pronto es hecho prisionero y permanecerá así hasta su muerte en 1090, en el castillo leonés de Luna, en plena comarca de Babia. La incorporación de Galicia saldaba así finalmente los problemas suscitados con el testamento de Fernando I, quedando bajo el poder de Alfonso VI los tres reinos.
Era obligado después de la coronación y de la entronización, hacer el juramento de respeto de las leyes y costumbres del reino. Este acto regio se celebraba en Castilla en la iglesia de Santa Gadea de Burgos. Se murmuraba en toda Castilla que la muerte del rey Sancho había sido urdida por sus hermanos, Urraca y Alfonso. La tradición trataba de prevenir los homicidios para subir al trono, y la exculpación mediante juramento era costumbre en casos semejantes. Alfonso VI de León no podía reinar en Castilla sin antes exculparse de la muerte de su hermano. Al juramento debió, pues, de acompañar, en las circunstancias del momento, una cláusula especial referente a la no culpabilidad del nuevo rey en la muerte de su antecesor en el trono. La jura de Santa Gadea tiene un fondo verídico y social rigurosamente histórico y otro de invención juglaresca como el enfrentamiento individual del Cid y Alfonso VI que le exigió por tres veces el juramento. Hay que decir que el juramento foral lo tomaban colectivamente los representantes del pueblo castellano. El numero de los llamados conjuradores era generalmente de doce.
Durante el reinado de Alfonso VI en León y Castilla se produjo un hecho de gran transcendencia en la historia castellana: la incorporación de La Rioja. En 1076 Sancho Garcés IV fue asesinado a traición en Peñalén como resultado de una conspiración organizada por su hermano menor, Ramón. Los navarros no quisieron reconocer por rey al fratricida, y el reino de Pamplona acabó dividiendose en dos partes: los pueblos de Navarra propiamente dicha y las comarcas vascas que prefirieron recobrar su autonomía arrastrando con ellas a La Rioja. Alfonso VI entró inmediatamente en esta como pacífico sucesor de su primo Sancho IV, devolvió a los de Nájera sus antiguas leyes y juró respetarlas. La Rioja, por lo tanto, se incorporó a Castilla, dentro de la cual ha sido la comarca más rica en símbolos de la nacionalidad castellana y principal foco de su cultura medieval. En 1077, Alfonso VI, rey de León, Castilla y Galicia, aparece utilizando la titulación Ego, Adefonsus, imperator totius Hispaniae, esto es: Yo. Alfonso, emperador de toda España. Los historiadores árabes afirmas que Alfonso VI usaba el titulo de imperator que quiere decir rey de reyes.
Por aquellos años, el papado estaba regido por Gregorio VII, cuyo pontificado sería un hito decisivo en el fortalecimiento del poder del papado. Ello le llevó a suprimir expresiones particulares de los cristianos, en aras de una uniformidad romana. En el caso de los reinos de León y Castilla existía la liturgia visigótica-mozárabe. El cardenal Hugo Candido con el apoyo del obispo Jimeno de Oca-Burgos intentan sustituir el rito mozárabe por el rito romano, sometidos a Roma como Reinos vasallos.
Tras la muerte de al-Mamún en 1075 el Reino de Toledo atraviesa un cierto declive. Bajo el nuevo rey, su nieto al-Qadir, se independiza el Reino de Valencia y los abbadíes de Sevilla recuperan Córdoba. En Toledo hay conflictos internos y los intransigentes, contrarios a la política de amistad con los cristianos se revelan contra al-Qadir en 1079, buscando para deponerle el apoyo de al-Muttawakkil de Badajoz. Alfonso VI se enfrenta con este y conquista Coria, consiguiendo el mantenimiento de al-Qadir a cambio de fuertes exigencias tributarias. Sin embargo el monarca toledano ha de huir de la ciudad y pierde su reino que queda en manos del rey de Badajoz. Gracias al apoyo de Alfonso VI, al-Qadir es de nuevo rey de Toledo, pero a cambio de unas mayores exigencias: cuando se recuperase Valencia, pasaría a ser rey de esta taifa y el reino de Toledo sería para el monarca cristiano. Los grupos contrarios a al-Qadir siguieron hostigandole, hasta que los toledanos partidarios de Alfonso le solicitaron que pusiera sitio a la ciudad.
La conquista de Toledo fue una larga y sostenida acción de castigo sobre el territorio circundante que duro cinco años, entre 1080 y 1085. Lo hizo así, ya que Alfonso era consciente de las enormes perdidas que habría tenido que sufrir, en el caso de pretender conquistar tan aguerrida fortaleza mediante un ataque frontal. Con estrategia calculada, el emperador leonés, sembrando la discordia entre los habitantes de la ciudad y sometiendo a una continua devastación a los territorios vecinos, consiguió que, sin riesgos para sus tropas, los toledanos contrarios a Alfonso se rindieran por capitulación el 25 de mayo de 1085, al tomar conciencia de que no podrían superar por más tiempo tan prolongado asedio. Las condiciones de la capitulación fueron generosas, pues respetaban las vidas y haciendas de los moradores de la ciudad, así como las de sus mujeres e hijos; los que no quisieran quedarse podrían abandonar el país y si volvieran recobrarían sus bienes; los que optaran por quedarse en la ciudad no pagarían más tributos que los que por derecho antiguo venían pagando; conservarían su mezquita mayor; pero entregarían al conquistador todas las fortalezas, el alcázar real y los jardines y mansiones de la Huerta del Rey. Al propio tiempo, y de acuerdo con pactos previos, al-Qadir pasó a gobernar el Reino de Valencia, con el apoyo de las tropas del emperador Alfonso. El emperador leonés se instaló en el suntuoso alcázar real donde, en su época de desterrado, había vivido bajo la hospitalidad de al-Mamún. Su titulo preferido desde entonces fue imperator toletanus que eclipsaba todos los anteriores. La conquista militar de Toledo por Alfonso VI fue, principalmente, obra de los guerreros de la corona de León, entre ellos los capitaneados por los condes de las llanuras de los Campos Góticos, con Pedro Ansúrez a la cabeza, que sería años después el que fundaría la ciudad de Valladolid. Alfonso encargó el gobierno de la ciudad al exmozárabe Sisnando que procuró establecer una convivencia pacífica entre conquistadores y conquistados. Pero la esposa del rey, Constanza no dejaba de incitar a los miembros de la corte, y especialmente al cluniacense Bernardo, abad de San Facundo (hoy Sahagún) y ya electo arzobispo de Toledo, para que se apoderaran de la mezquita, a lo que Sisnando se oponía tajantemente. Tras conseguirlo y puesto en conocimiento del rey, este regresó inmediatamente de uno de sus viajes y arregló el conflicto con prontitud. Dada la insistencia de Constanza la mezquita mayor de Toledo fue transformada en catedral. A raíz de la conquista de Toledo, Alfonso VI trasladó su corte de León a esta ciudad, aunque hacía viajes a sus reinos de Galicia y León para solventar cualquier problema.
Aquí convendría destacar que en uno de estos viajes, el 25 de noviembre de 1085, Alfonso concede fueros a la villa de Sahagún. Esta se había ido poblando entorno al monasterio de los santos Facundo y Primitivo, especialmente favorecido y protegido por el monarca, interviniendo en su repoblación muchos artesanos y burgueses procedentes de otros lugares. Una crónica anónima dice esto al respecto: Pues ahora como el sobredicho rey ordenase y estableciese que ahí se hiciese villa, se reunieron de todas partes del mundo burgueses de muchos y diversos oficios, conviene a saber, herreros, carpinteros, sastres, peleteros, zapateros, escuderos y hombres conocedores en muchas y diversas artes y oficios. Además personas de diversas y extrañas provincias y reinos, conviene a saber, gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos y muchos negociantes de diversas naciones y extrañas lenguas. Y así pobló e hizo la villa no pequeña. También Sahagún resulta emblemático por el Camino de Santiago, como Logroño, Burgos y León que fomenta el desarrollo urbano así como las relaciones comerciales y culturales.
La perdida de Toledo inquietó mucho a los reyes de taifas de Sevilla, Granada y Zaragoza, por lo que buscaron ayuda en el exterior. Ello era posible pues en el Magreb occidental desde hacía varios decenios, se había organizado un movimiento religioso protagonizado por tribus nómadas. Su base está en la existencia de grupos de combates por la fe, cuya finalidad era practicar la Guerra Santa contra los infieles, organizados a partir de castillos fronterizos, conocidos en árabe como ribat, de ahí su nombre de hombres de ribat, en árabe almurabitin (almorávides). Hacia 1060 fundan Marrakesh, que será su capital y en 1067 conquistan Fez. Son dirigidos por Yusuf ibn Tasufin, llamado a tener un especial protagonismo en la invasión de 1086. Ya, en cierta ocasión, el taifa de Granada abd-Allah había pedido ayuda a Yusuf, el cual se la prometió una vez hubiese conquistado Tánger y Ceuta, lo que se produce en 1077 y 1084 respectivamente. Ello hacía que para los almorávides fuese inminente la invasión en la Península. La invasión almorávide obliga a Alfonso VI a abandonar el cerco de Zaragoza. Los almorávides, unidas a las tropas de las taifas se dirigen desde Sevilla al reino de Badajoz y cerca de esta ciudad, en Zalaca o Sagrajas, tiene lugar el 23 de octubre de 1086 una gran batalla, con la estrepitosa derrota de los cristianos, donde el monarca es herido en un fémur. Sin embargo el peligro fue momentáneo, no produciendo el derrumbamiento cristiano, ni el de los reinos de taifas. Pero, a consecuencia de todo esto, se había iniciado un proceso crucial en el desarrollo de la historia medieval de la Península.
Mientras tanto en la zona levantina no hay todavia peligro almohade, si bien al-Qadir tiene en Valencia grandes dificultades frente a sus oponentes. Alfonso VI había desterrado a Rodrigo Díaz en 1081. En su destierro se puso primero al servicio del rey de Zaragoza, al-Muqtadir para guerrear contra el taifa de Lerida, Ahmad al-Hayis, y luego en 1088 combatió al lado de al-Qadir contra el mismo taifa de Lerida. La finalidad de los almorávides y de las taifas de Sevilla, Granada, Málaga, Murcia y Almería era eliminar la fortaleza de Aledo, que habían establecido los cristianos frente a Murcia tras la conquista de Toledo. Sin embargo las desavenencias entre los reyes de Sevilla y Murcia y la falta de entendimiento entre las taifas y Yusuf propiciaron el triunfo de Alfonso VI. Es probablemente en ocasión del sitio de Aledo cuando se produce el segundo destierro del Cid.
Finalmente, gracias a la hostilidad de los intransigentes, los almrávides consiguen hacerse con la taifa de de Granada y Málaga (1091), eliminando el poder de los ziries, y poco después le toca el turno de la importante taifa de Sevilla. Con estas incorporaciones el dominio almorávide en la Península empezaba a tener importancia, más aun cuando las ciudades de Murcia (1092) y la de Badajoz (1094) pasaron a ser de su dominio. Solamente subsisten los reinos y condados del este de la Península, Aragón, Barcelona y concretamente en el caso de Valencia, con la figura del Cid. Alfonso IV había encomendado a este la tutela y en su caso la conquista de Valencia. Se produce una revuelta contra al-Qadir, quien es sustituido por una aljama presidida por el cadi Ibn Yahfaf, partidario de los almorávides. Empieza el sitio por parte cristiana y la consiguiente capitulación y entrega de la ciudad en 1094. Ante la perdida de Valencia los almorávides empiezan a atacar el reino, ahora en manos cristianas. Las distintas expediciones almorávides que tienen lugar en los últimos años del siglo XI, tanto contra el reino de Toledo como contra el de Valencia nos pueden llevar a afirmar que nos hallamos ante una segunda fase en la conquista almorávide. La Valencia del Cid puede resistir durante algunos años, consiguiendo algunas victorias, hasta que en 1099, el Cid es herido mortalmente. Con su muerte, la estancia de los cristianos en Valencia es efímera, ordenando Alfonso VI en 1102 abandonarla. Tras la incorporación de Valencia, los demás reinos van cayendo y la conquista de Zaragoza en 1110 sera la culminación del proceso de conquista.
La derrota cristiana de Consuegra (1097), a la que sigue la de Malagón en 1100, abre un especial periodo de amenazas para el reino de Toledo, que culminarán con el desastre de Uclés en 1108. Como consecuencia de todo ello se produce una considerable merma de los territorios controlados por los cristianos, que vienen a quedar reducidos a la capital, no exenta de peligros, y a sus inmediatos entornos.
En los últimos años de su reinado, tanta importancia como el problema de la defensa del reino, lo tuvo la sucesión de Alfonso VI. Tuvo una intensa actividad matrimonial, se casó en cuatro ocasiones legítimamente, tuvo otra esposa de dudosa legalidad y mantuvo relaciones estables con al menos otra más.

      • 1º matrimonio: En 1069 se firmó el acuerdo de esponsales con Inés de Aquitania, hija del duque Guido Guillermo VIII de Aquitania y de Matilde de la Marche. Inés apenas contaba con diez años de edad y hubo que esperar hasta que cumpliese los 14 años para celebrar el matrimonio que tuvo lugar a finales de 1073 o principios de 1074. Murió el 6 de junio de 1078.
      • 2º matrimonio: En 1079 con Constanza de Borgoña, viuda, sin hijos, del conde Hugo III de Châlon-sur-Saon. Fruto de este matrimonio, que duró hasta la muerte de la reina en 1093, nació: Urraca I de León (1081-1126) que contrajo sendos matrimonios con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, y con Raimundo de Borgoña.
      • 3º matrimonio: En 1094 contrajo un tercer matrimonio con Berta de Toscana, hija de Amadeo II, conde de Saboya. Murió a finales de 1099 sin descendencia.
      • 4º matrimonio: Casó con la princesa mora Zaida, concubina del rey, quien cambió su nombre por el de Isabel al ser bautizada. De esta relación nacieron tres hijos: Sancho Alfónsez (1093-1108), su único hijo varón y heredero del trono. Su prematura muerte en la batalla de Uclés aceleró el fin de su padre. Elvira (1100-1135), contrajo matrimonio en 1117 con Rogelio II de Sicilia, rey de Sicilia. Sancha Alfónsez (1101-c. 1125), primera esposa de Rodrigo González de Lara, conde de Liébana con quien tuvo a Elvira Rodríguez de Lara, mujer del conde Ermengol VI de Urgel.
      • 5º matrimonio: con Beatriz de Este, hija del duque de Este. Este enlace, celebrado en 1108, duró sólo un año, hasta la muerte del rey. Tras su defunción, la reina Beatriz volvió a su país y contrajo matrimonio de nuevo, siendo sepultada en la catedral de Pavía.
      • 6º matrimonio: Fruto de su relación extramatrimonial con Jimena Núñez nacieron dos hijas: Teresa de León (1083-1130). Condesa de Portugal como parte de su dote nupcial, contrajo matrimonio con Enrique de Borgoña. El hijo de ambos, Alfonso I Enríquez, fue el primer rey de Portugal. Elvira de Castilla (1082-1156), casó con Raimundo IV de Tolosa, conde de Tolosa.

En los últimos años del siglo debió haberse celebrado el matrimonio de la infanta Teresa con Enrique de Borgoña, al cual, el rey, le había entregado como dote un señorío sobre la tierra portugalense, que llevaba consigo el ejercicio de derechos soberanos de transmisión, aunque sometido a la superior autoridad política del emperador. Tal carácter hereditario tuvo después, al parecer, transcendentales consecuencias, no solo para el Reino de León, sino para la historia de toda la nación española. El territorio concedido a Enrique de Borgoña se segregó de Galicia, a la que hasta entonces había estado vinculado y comprendía desde el río Miño hasta la región conquistada a los moros al sur del Mondego. Tras la prematura muerte del único varón de Alfonso, Sancho Alfónsez en 1108 en la batalla de Uclés, la herencia recayó en la infanta Urraca, casada por entonces con Raimundo de Borgoña, que con titulo condal ya gobernaba Galicia. Tanta era la influencia de Raimundo que ya había recibido, también, el gobierno de la comarca de Zamora, que hasta entonces la había regido el conde leonés Pedro Ansúrez, a quien el rey Alfonso VI compensó, en parte, con el gobierno de las tierras castellanas de Cuéllar y Magerit (Madrid). Pedro Ansúrez trasladó la capital de sus vastos dominios de Santa María de Carrión a una pequeña población, cerca de la frontera de Castilla, llamada Valladolid, la cual repobló en buena parte con catalanes de la comarca de Urgel.
Un año después de la derrota de Uclés, el emperador, anciano y fatigado tras una vida de duro bregar, agobiado de dolor por la perdida de su único hijo varón, Alfonso VI moría en Toledo la noche del miércoles 30 de junio al jueves 1 de julio de 1109, a los setenta años de edad, y veinte días después su cuerpo era llevado al monasterio de Sahagún, para allí ser enterrado. Sus restos, después de varias vicisitudes, fueron hallados en 1908 en el convento benedictino de Santa Cruz en esta villa, con ocasión de unas obras realizadas en su interior. El pintor Rodrigo Fernández Núñez, acompañado por el capellán del monasterio, Pedro Pérez, se encontraron con dos cajas que contenían los restos del monarca y sus esposas. En una de ellas, la que pertenecía al monarca, se encontraba adherida a la tapa una etiqueta con la siguiente inscripción: restos mortales del augusto monarca don Alfonso VI, y en el reverso de la misma una nota manuscrita por fray Miguel Echano narrando los diferentes lugares en los que estuvieron depositados los restos allí guardados. La otra caja estaba dividida en cuatro conpartimentos, indicandose en el lateral de cada uno la identidad de los restos: doña Inés de Aquitania, doña Constanza de Borgoña, doña Berta y doña Zaida. Junto a estos restos también se encontraron los de algunos infantes que con toda probabilidad pertenecían a los hijos del rey, muertos prematuramente. Tanto la Crónica Najerense, escrita a mediados del siglo XII, como la posterior historia del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, quien escribía hacia 1240 el relato milagroso de la muerte del rey: En la octava de la natividad de san Juan, a la hora sexta, de las piedras que estaban cimentadas en las gradas del altar, no de la tierra, ni de las junturas, sino de la propia sustancia de las piedras, comenzó a brotar agua y todos la vieron manar durante tres días. Se hallaban por aquellos días en León el obispo Pedro de León y el obispo Pelayo de Oviedo, quienes oído el milagro, acompañados por todo el clero y el pueblo de la ciudad y revestidos de pontifical, se dirigieron en procesión desde la catedral al altar de san Isidoro donde esto sucediera y una vez celebrada la misa y dado el sermón por el obispo de Oviedo, accedieron al lugar del milagro. Los obispos y todos los demás, alabando con lagrimas al Señor, bebieron de ese agua, ignorando sin embargo qué presagiaba el portento. Pero una vez que supieron de la muerte del rey, conocieron entonces que vendría el dolor y la tribulación para una España huérfana y era por lo que lloraban las duras piedras.

Urraca I de León (1109-1126)

El nacimiento de la reina Urraca debió producirse en torno al 1080, año en que tiene lugar el segundo matrimonio de su padre Alfonso VI con doña Constanza, su madre. Con ella se inicia la Casa Borgoña en la monarquía leonesa al darse en su caso un doble motivo. No solo es nieta de un duque de Borgoña, sino que además, ella misma se casa con otro borgoñón, don Raimundo. Hija mayor del matrimonio, va a ser criada por su ayo, el conde leonés Pedro Ansúrez, y hasta que se produce el nacimiento del infante Sancho, único hijo varón de Alfonso VI, Urraca será la heredera primera del reino aunque no llegue a ser reconocida oficialmente como tal. Las tareas reconquistadoras aragonesas y leonesas trajeron a la península, a varios nobles de origen ultrapirenaico, que se involucraron totalmente en la causa hispana. En el caso de Raimundo de Borgoña, que después de participar en empresas militares aragonesas, pasa a nuestro reino al servicio de Alfonso VI, sin duda utilizando para ello el parentesco que le unía a la segunda mujer del monarca, Constanza de Borgoña. Llega Raimundo a León, en el año 1087, y poco tiempo después el monarca leonés le da en matrimonio a su jovencisima hija Urraca, celebrándose de inmediato los esponsales. Ello le supone al borgoñón que, si Alfonso VI moría sin descendencia masculina, él, don Raimundo, podía ser heredero del trono por su mujer. Recibió también el consorte de Urraca de manos del monarca el gobierno de Galicia, lo que suscitó el descontento inmediato de los gallegos que se rebelan ese mismo año con el apoyo de la propia silla compostelana. Aun permanecía en el recuerdo el monarca García, hermano de Alfonso VI, que se encontraba en ese momento preso, por orden suya, en el castillo de Luna, en el curso alto del Órbigo. Raimundo era además un magnate extranjero, convertido eso si, en posible heredero de un reino, pero que despertaba recelos entre sus nuevos vasallos.
Raimundo de Borgoña no parece perder nunca las esperanzas de suceder al conquistador de Toledo, al carecer éste de un heredero varón, y para granjearse el reconocimiento de su rey le vemos mantener una gran actitud en las empresas reconquistadoras de su suegro, figurando como principal defensor en la extremadura Oeste, lo que le permite el efectivo reconocimiento de Alfonso VI, que le entrega como recompensa, en 1093, las ciudades de Lisboa, Santarem y Çintra. Poco después, hacia 1095, debió consumar el matrimonio con la joven Urraca, del que va a nacer una hija, Sancha. Desde este momento Diego Gelmírez, se convertirá en notario de Raimundo, luego en administrador, y finalmente, logrará la sede de Santiago, pieza clave para vigilar a la nobleza gallega cuando Raimundo controle de forma efectiva la parte más occidental del reino. Entre finales de siglo y primeros años del siglo XII, muere la reina Constanza y nace el infante don Sancho de la relación de Alfonso VI con la mora Zaida, que aunque ilegítimo, se convertirá en su sucesor. La presencia de Alfonso VI y su familia se hace habitual en la villa de Sahagún mientras que Raimundo parece encontrar en la fortaleza de Grajal de Campos, un lugar de sosiego hasta que le sobrevino, años después la muerte, el 24 de mayo de 1107. Esta relativa paz y tranquilidad permiten al matrimonio lograr un nuevo vástago masculino, Alfonso Raimúndez, el futuro Alfonso VII, con quien de manera definitiva se instituye, por línea matrilineal, una vía dinástica legítima en el Reino de León.
El hijo de Alfonso VI, Sancho, fallecía en la batalla de Uclés (1108), junto con García Ordoñez, responsable de su crianza y educación. La infanta Urraca, ya viuda, debía casarse cuanto antes con una persona enérgica y capaz de gobernar. Pero la infanta no gozaba, por otro lado, de buena reputación, por sus relaciones amorosas con miembros de la nobleza y en especial, con el conde Gómez González de Candespina. Ante esta situación de búsqueda de candidato idóneo para su matrimonio, dos alternativas son formuladas como posibles soluciones. Una de ellas es la que aceptando las relaciones de Urraca con dicho conde, sea éste su marido, algo que rechaza enérgicamente el rey; y la otra es la avalada por el monarca, por una parte de la nobleza y por la iglesia, que señalaba a Alfonso I el Batallador como esposo más idoneo. A la muerte de Alfonso VI, en la noche del 30 de junio de 1109, las disposiciones del monarca debían cumplirse para tratar así de mantener la paz en el reino. Fuera para cumplir los deseos y proyectos de su padre o a instancias de sus colaboradores, la propuesta de matrimonio con su primo segundo el aragonés Alfonso I, y que ella acepta, debía ser sancionada por la curia regia, para elaborar y precisar cuidadosamente el contrato de bodas. El contrato matrimonial contenia el compromiso expreso de Alfonso I de no separarse ni por parentesco, ni por excomunión, ni por ninguna otra causa, lo que indica que entre quienes lo prepararon existía ya el temor de que el matrimonio fracasara por alguna de las causas mencionadas. En un hombre propenso a la misoginia, dominado además por un gran fervor religioso, la amenaza de excomunión decretada desde Roma ponía siempre en peligro la continuidad del matrimonio. Se sabe por el Anónimo de Sahagún que firmado el tratado, la boda se celebró en la época de la vendimia, es decir, en los inicios del otoño de 1109, en el castillo de Muñó, cerca de Burgos, desde donde los reyes suscribieron conjuntamente fueros y privilegios que se otorgaron en los primeros momentos, entre otros lugares a León y Carrión.
Sin embargo, nacido en medio de la discordia, el casamiento no fue bien recibido en varios frentes. El enlace matrimonial había perjudicado al niño Alfonso Raimúndez, cuya bandera y defensa enarbola su ayo y protector el gallego conde de Traba, Pedro Fróilaz. El pacto cerrado entre Alfonso y Urraca se proponía asegurar el entendimiento entre los dos cónyuges en su condición de cosoberanos, tanto en los reinos de León y Castilla como en los de Navarra y Aragón. La situación hereditaria de Alfonso Raimúndez se complicaba ya que no se respetaba el derecho de primogenitura en la sucesión al trono leonés, aunque se respetaba la tenencia del infante sobre el condado de Galicia que le había otorgado su abuelo Alfonso VI, para el caso de que doña Urraca contrajera segundo matrimonio. Por eso, este pacto, que perjudicaba los intereses del hijo de la reina, fue causas, desde el primer momento, de graves agitación política, principalmente en Galicia, donde el infante Alfonso tenía muchos partidarios.
La causa del regio infante y conde de Galicia tiene también el patrocinio circunstancial del poderoso arzobispo de Santiago de Compostela, el astuto y maniobrero Diego Gelmírez, atento siempre, por encima de todo a los intereses y el poderío de su mitra, quien cuenta con el apoyo del alto clero de su diócesis. Otro grupo muy importante, opuesto en principio a Urraca, es el de los condes de Portugal; Teresa, hermana bastarda de ésta, y su marido Enrique de Borgoña. Teresa y Enrique ven ahora la posibilidad de que, con el matrimonio de Urraca y el Batallador, la herencia de Alfonso VI, aumentada con los reinos de Navarra y Aragón, pase completa a Urraca y de ésta a su hijo Alfonso Raimúndez. Enemigo implacable del rey aragonés fue, también, el arzobispo don Bernardo de Toledo, porque el matrimonio de Alfonso con la reina cerraba el paso al trono de León de la dinastía borgoñona, tan vinculada a Cluny, representada por el infante Alfonso Raimúndez; y no cesó de impugnarlo, basándose en el parentesco de los contrayentes, hasta que el papa Pascual II lo declaró nulo. Pronto empezaron los disgustos y las riñas entre los esposos con varias rupturas y reconciliaciones hasta la separación definitiva en 1114, cuando el Batallador dejó a la reina en Soria, manifestando que lo hacía para acatar la nulidad del matrimonio sentenciada por el papa. Puede afirmarse que desde el año 1110 hasta 1126, es decir, desde el matrimonio de la reina leonesa con el rey aragonés hasta la muerte de aquélla y el ascenso al trono de León de su hijo Alfonso Raimúndez, no hubo paz en los reinos de León y Castilla. En 1110 es cuando el conde de Traba levanta abiertamente la bandera de su pupilo, el conde niño de Galicia, y se opone al rey de Aragón. La lucha se desarrolla con violencia. El Batallador ataca las tierras del conde de Traba saqueando el territorio de su enemigo. Esta incursión motivó la primera separación temporal del matrimonio. Urraca volvió a León, mientras el Batallador quedaba tratando de pacificar Galicia.
Al poco tiempo, Alfonso tuvo que dejar Galicia, porque los asuntos de Aragón reclamaban urgentemente su presencia frente a los almorávides. Entre tanto Urraca, prudentemente aconsejada por Pedro Ansúrez, cambiaba de actitud y, para ayudar a su marido, salía hacia Aragón con un ejercito en el que figuraba el propio Pedro Ansúrez. Mientras los burgueses de Sahagún, en pugna constante con el abadengo que los oprimía, se manifiestan entonces en pro del monarca aragónes. A los burgueses de Sahagún imitan los de Carrión y siguen los de toda la llanura del Duero hasta Zamora que toman el bando del Batallador. Las diferencias con los almorávides se resolvieron después de unos meses regresando Alfonso a León, quedándose Urraca en Aragón.
Mientras Alfonso el Batallador se hallaba ejerciendo su autoridad regia en tierras de León, Urraca estaba en Aragón con análogas funciones. Allí fue una comitiva para informarla de las actividades de su marido en León, y a indicarla a que apoyara a los enemigos del rey aragonés. Sabedor éste del cambio de actitud de la reina, regresó rápidamente a Aragón, tuvo un violento altercado con ella y la puso presa en la fortaleza de Castellar cerca del Ebro, de donde la reina se evadió con la ayuda de sus favoritos, los condes castellanos Gómez González y Pedro González de Lara. La reina leonesa tenía que buscar urgentemente más apoyo y lo fue a buscar al partido gallego formado por los magnates defensores de su hijo, con el conde de Traba a la cabeza, a quienes les prometió que colocaría al infante en el trono de León. Estos magnates salen para unirse a la reina, llevando consigo al infante, pero en el camino reciben la noticia de que doña Urraca ha hecho las paces con su marido. El conde de Traba, después de ponerse de acuerdo con Enrique de Borgoña, conde de Portugal, deciden regresar a Galicia donde, en un castillo del Miño, instalan al infante al cuidado de su aya la condesa de Traba, Mayor Guntroda Rodríguez. El Batallador, por su parte, entra en Toledo y decide combatir al arzobispo don Bernardo, jefe del partido eclesiástico enemigo del aragonés, quien amenazaba con la excomunión de los dos cónyuges si no rompían un vinculo matrimonial que la Iglesia había declarado ilícito. Alfonso I destierra al arzobispo por considerarlo un señor rebelde a su rey. El Batallador, se alía entonces con el conde de Portugal, atento a contentar a lo que de él esperaban sus partidarios en León y Castilla y defendiéndose sobre todo de sus principales enemigos: el conde de Traba y los dos condes castellanos amigos de la reina, contra los cuales se lanzó ayudado por tropas portuguesas. La batalla se celebró en octubre de 1111 cerca de Sepúlveda, en el llamado Campo de la Espina. La batalla, llamada de Candespina, fue un durísimo golpe para Urraca, que de hecho quedaba sometida a la voluntad de su marido.
En todo este conjunto de intrincados y vertiginosos acontecimientos, en que fueron protagonistas personajes de muy diversa condición, desempeñó un papel decisivo el obispo Diego Gelmírez de Santiago de Compostela, la figura más extraordinaria de la Galicia feudal y una de las más interesantes de toda la Edad Media peninsular, tanto por su propia personalidad como por su significación social. Poderoso magnate bien relacionado, tanto en la corte real como allende Pirineos, bien conocedor del estado de los reinos, maestro en el arte de saber esperar y hábil nadador entre dos aguas, el obispo Gelmírez se pone entonces abiertamente a la cabeza de los partidarios del conde de Galicia y heredero dinástico del trono de León, hasta entonces capitaneados por el conde Pedro Froílaz de Traba. Gelmírez envió mensajeros secretos a la reina con el proyecto de coronar al infante Alonso como rey de Galicia, propuesta que Urraca aceptó después de consultar a su consejero, Fernando García. La coronación se llevó solemnemente a cabo en la basílica compostelana en el mes de septiembre del mismo año 1111. Los magnates gallegos encabezados por el conde de Traba, decidieron emprender un viaje a León con el niño recién coronado rey de Galicia, para que en la prestigiosa capital fuera reconocido como soberano de León y Castilla. Iban en la expedición el conde de Traba, el obispo Gelmírez y el conde Fernando García. En el camino pasaron por Lugo, cuyos habitantes eran partidarios del rey de Aragón, y sometieron a la ciudad. Pero el aragonés se movió con mayor rapidez que sus enemigos; les cortó el paso en Viadangos (hoy Villadangos) y les derrotó en una batalla en la que murió el conde Fernando y fue hecho prisionero el de Traba, mientras el hábil Gelmírez pudo escapar de la persecución, entregar al real infante a su madre y regresar rápidamente a Galicia. La reina se refugió en el castillo de Monzón de Campos. El único firme apoyo que la reina leonesa podía contar en aquella circunstancia para enfrentarse a su marido estaba, pues, en Galicia, por lo que, dejando a su hijo en Monzón, salió hacia Santiago de Compostela, para tratar de llegar a un acuerdo directo con el obispo Germírez, en cuyas firmes manos se hallaban reunidos todos los poderes tanto político, militar, económico y eclesiástico de aquel reino. Para combatir a su marido, Urraca necesitaba unos recursos económicos de que carecía y que Gelmírez le proporcionó, a cambio de donaciones reales que acreditaban el poder del señorío de Santiago.
En aquellos años, carente el país de autoridades firmes y sumido en el desorden, bandas de gente incontrolada recorrían caminos y campos saqueando tierras, poblados, iglesias y monasterios. Tan peligrosa era la vida de los campos que muchos de sus pobladores buscaban refugio en ciudades y fortalezas. La situación resultaba cada día más insostenible. Alfonso se sentía defraudado de tantas luchas que no conducían a la gran monarquía que agrupara los reinos de León y Castilla con los de Navarra y Aragón, con que había soñado al sellar el pacto matrimonial con Urraca. Los amores de ésta con el conde de Lara era de conocimiento general. Por fin, en el otoño de 1114, se celebró en León una reunión episcopal, en la que, entre otras cosas, se dispuso que aquellos que se hubieran unido en matrimonio siendo consanguíneos debían separarse irremisiblemente o ser excomulgados, o lo que era peor, bajo pena de anatema.
Después del repudio, recobrada nominalmente su plena soberanía sobre los reinos de León y Castilla, Urraca se encontraba en menguada situación. Galicia estaba en manos de su hijo Alfonso VII (en realidad del obispo Gelmírez y del conde de Traba), Portugal en poder de su hermana Teresa, mientras la mayor parte de Castilla seguía bajo la autoridad de su exmarido el rey aragonés. Solamente el reino de León propiamente dicho y una parte de Castilla occidental, próxima al río Pisuerga, se mantenían bajo el poder efectivo de la reina leonesa. Separada ya del rey de Aragón, Urraca buscó de nuevo aliados en Galicia, y encontró el apoyo de Arias Pérez que había sido partidario del Batallador y enemigo de Gelmírez. El obispo se inclinó decididamente al bando del conde de Traba y Alfonso VII que, desde entonces, figuró como rey en los documentos que firmaba. Los conflictos se agravaron al producirse en Compostela una revolución municipal, la cual a Urraca, vino a salvarla de manera imprevista. La insurrección de momento resultaba incontrolable. La plebe se amontonaba en las calles de la ciudad y pedía la cabeza del obispo. Ante la gravedad de la situación Gelmírez se encierra y se hace fuerte, con algunos de sus partidarios, en la torre de la catedral. La reina entra muy satisfecha en Compostela, donde el pueblo la recibe y aclama con alborozo; Gelmírez desde su torre ve como los amotinados saquean el palacio episcopal y oye que el primogénito lee unas proclamas en las que se ensalzan unas libertades hasta entonces allí nunca oídas. En tal angustiosas circunstancias, recibe en su fortaleza a un emisario de la reina, que le propone la paz a cambio de que repudie su alianza con elconde de Traba y se solidarice con ella, Gelmírez, que aborrecía a Urraca, acepta el pacto que le propone, cambia de bando y actúa de arreglo a un nuevo plan. Cuando Pedro Fróilaz acude a su auxilio, se encuentra inesperadamente con un enemigo cuyas tropas luchan contra las suyas, y el conde, derrotado, tiene que pasar el Tambre. En plena confusión y desorden, humillado y arruinado, Gelmírez logró huir de Compostela y se presentó a la reina, que estaba en Tierra de Campos. Urraca, trata con el obispo la manera de encauzar los acontecimientos, después de lo cual, éste regresa a Santiago de acuerdo con la reina.
Más allá de los Pirineos, la Santa Sede también tenia en Galicia muchos intereses. El prestigio de la tumba del Apóstol por antonomasia rebasaba entonces las fronteras de España y se extendía por toda la cristiandad europea; el dinero que, desde la diócesis compostelana, salía hacia Roma era mucho; y muy grandes eran los vínculos que la casa real leonesa tenía con Cluny desde los tiempos de Alfonso VI.
Urraca, dispuesta a negociar, envió a Galicia, al que podía ser ya su nuevo cónyuge, el conde de Lara, que se entrevistó con el de Traba a orillas del Tambre, donde convinieron en el cese de hostilidades y la concertación de un pacto de amistad y ayuda mutua por tres años. Los burgueses de Santiago pensaron que un pacto como aquel entre personajes tan distantes, como la reina leonesa, el obispo compostelano y el gran magnate gallego, solo podía ir contra ellos, por lo que se apresuraron a la defensa y se hicieron fuertes en la catedral. Poco después, llegaba la reina a Santiago con sus tropas. Urraca se reunió inmediatamente con Gelmírez y ordenó a sus guardias que entraran en el templo, pero encontraron una dura resistencia por parte de los ocupantes teniendo Urraca, Gelmírez y un grupo de leales, que refugiarse en la torre de las campanas. La sublevación siguiendo el texto de la Historia Compostelana*, llega a su punto álgido, cuando es incendiada la torre en la que se habían refugiado y el fuego obliga a la reina a abandonar el refugio, provocando que: Cuando la turba la vio salir, se abalanzaron sobre ella, la cogieron y la echaron en tierra en un lodazal, la raptaron como lobos y desgarraron sus vestidos; con el cuerpo desnudo desde el pecho hasta abajo y delante de todos quedó en tierra mucho tiempo vergonzosamente. También muchos quisieron lapidarla y entre ellos una vieja compostelana la hirió gravemente con una piedra en la mejilla. Mientras tanto, Gelmírez, cubierto con la capa de un sacristán y con un crucifijo ante la cara, pudo salir sin ser reconocido. Al día siguiente los compostelanos pidieron perdón a la reina, la cual aceptó gustosamente. A continuación, se hicieron los juramentos de rigor, dando posteriormente permiso a Urraca y a los suyos para salir de Compostela. Poco duró la alegría, ya que, saliendo de Compostela, Urraca repudió su juramento y declaró la guerra a los compostelanos.
No pudiéndose vengar de la reina, los amotinados decidieron dar muerte al obispo. Asaltaron el monasterio de san Payo y buscaron al prelado. Y otra vez Gelmírez logró pasar entre la turba sin ser reconocido, saltando tapias, atravesando claustros y gateando por los tejados, pudo abandonar la ciudad. Mientras, las huestes de Urraca, con las del conde de Traba y las de otros nobles gallegos, pusieron sitio a Santiago. Largo y duro debió de ser el asedio a juzgar por el hambre y los muchos muertos que mencionan las crónicas. Al final, Urraca salió victoriosa y Gelmírez expulsó a los rebeldes de Galicia y a los compostelanos les mandó entregar la plata. Dominada en Compostela la revolución burguesa de 1117, Gelmírez reconstruyó y amplió su palacio episcopal. Demasiado fuerte era ya el obispo para que la reina leonesa pudiera intentar cualquier acción encaminada a reducir su poder señorial. Así es que, hacia 1123, hizo un viaje a Compostela donde firmó un pacto de amistad con Gelmírez que, al parecer, fue respetado por ambos.
Los últimos años fueron algo más tranquilos, ocupada en asuntos territoriales con su hermanastra Teresa de Portugal y que, finalmente, acabaría con su independencia y tendría su primer monarca a la muerte de Urraca. Así llegamos a sus últimos días y que los pasa entre León y Sahagún. Precisamente en la Historia Compostelana, nos presenta a Urraca en su lecho de muerte, y nos da noticias de su fallecimiento: Mientras el arzobispo se esforzaba en tal expedición en defensa de la justicia y reivindicación de su honra, ya tuvo conocimiento por mensajeros y por rumores de la muerte de doña Urraca, la cual había pagada su deuda con la naturaleza el 8 de marzo en la era M.C.LXIIII. (1126) en Tierra de Campos. Las causas de su muerte no aparecen claras y las escasas noticias que poseemos parecen ocultar algo oscuro, que nada ensalza sus virtudes. Su hijo Alfonso Raimúndez, asumiría, al día siguiente de morir su madre, las funciones reales en León, con el apoyo de su obispo Diego y la resistencia del defensor de las Torres leonesas que apoyaba las reivindicaciones de Pedro González de Lara. Sus restos fueron trasladados desde Saldaña al Panteón Real de San Isidoro de León.

* La Historia Compostelana es una crónica del siglo XII (hacia 1139) escrita en latín que recoge las empresas de Diego Gelmírez, arzobispo de Santiago de Compostela desde 1120. La obra fue conocida como De rebus gestis D. Didaci Gelmírez, primi Compostellani Archiepiscopi, hasta que en 1766, tras la edición de Enrique Flórez en su Historia Sagrada, empieza a ser conocido con el nombre de Historia Compostelana.
Sin embargo la obra contiene una crónica del Reino de León y de Galicia que comprende los reinados de Alfonso VI, Urraca y Alfonso VII e incluye transcripciones de documentos pertinentes a los hechos que narra, lo que la convierte en un documento historiográfico de primer orden para abordar el estudio de la primera mitad del siglo XII.
Este enlace lleva a una edición de Emma Falque Rey, alojada en Google Libros. Se puede leer casi íntegramente.

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