Los inicios del gótico coincidieron con la creación de la Orden del Císter, por ello es de suponer que su arquitectura se impuso con el tiempo a la ya existente románica. La arquitectura cisterciense es protogótica. Las bases arquitectónicas dictadas por san Bernardo consistían en tres principios básicos: claridad, limpieza y durabilidad. san Bernardo convirtió la iglesia en un simple oratorio, sin cripta, sin tribunas, sin torres. La fachada está precedida de un pórtico o nártex que a veces se usaba como lugar de enterramiento. Los muros eran de piedra vista, o enlucidas en blanco, sin pinturas, sin vidrieras, sin estatuas, ya que la decoración perturbaba y distraía. En cambio los monjes blancos del Císter no eran partidarios de la gran altura de los templos ya que era como un insulto a Dios y una prueba de orgullo, lo cual no puede ser más antigoticista. En las iglesias cistercienses el arco de medio punto empezó a convivir con el arco ligeramente apuntado, y las bóvedas pasaron a ser de crucería ligeramente ojivales, pero con nervios de moldura simple y el rosetón se empezó a ver en las fachadas. Entre 1190 y 1235 se erigió en Francia la iglesia de Vaucelles, que es una verdadera catedral, es la más grande de todas las iglesias del Císter. Los cistercienses fueron grandes constructores y extendieron el estilo tan ampliamente por Europa que se les ha llamado los misioneros del arte gótico.
Historia del Císter en Europa
El Císter es una congregación benedictina que milita bajo la regla de san Benito, que incluía la pobreza como precepto. Coincidiendo la etapa de máxima opulencia y ostentación de los monasterios cluniacenses que se habían convertido en verdaderos palacios repletos de lujo, había llegado el momento de retomar los principios benedictinos, siendo necesario una vuelta al rigor de los primeros tiempos.
Empezaremos hablando de su fundador, Roberto que nació alrededor de 1028 en algún lugar de Champaña. Profesó siendo muy joven en la abadía de Montier-la-Celle cerca de Troyes, donde llegó a ser prior, poco después de 1033. Entre 1068 y 1072, sirvió como abad en Saint Michel-de-Tonnerre, una abadía de observancia cluniacense, en la diócesis de Langres. Por una razón u otra, su abadiato terminó abruptamente, y Roberto volvió a Troyes como simple monje. Sin embargo, después de algunos meses, fue elegido prior de Saint-Aroul. Pero este lugar le resultó todavía menos acogedor que Saint-Michel, y en 1074 se unió a un grupo de ermitaños en los bosques de Collan. Con la colaboración de esos ermitaños, fundó en 1075 el monasterio de Molesme en la diócesis de Langres. Pronto su sinceridad atrajo a buen número de seguidores y, con el apoyo material proporcionado por la nobleza local, Molesme se convirtió en una de las abadías reformadas de más éxito de finales del siglo XI. Hacia 1090 Molesme había acumulado beneficios eclesiásticos y diezmos, rentas de iglesia, aldeas y siervos y la propia abadía bullía de sirvientes legos (famuli), hermanos (conversi), niños (oblati) y praebendari, esto es, gente que ofrecía sus bienes a la abadía a cambio de casa y comida para toda la vida. Probablemente en otoño de 1097 el abad Roberto y cierto número de monjes, visitaron al arzobispo de Lyon Hugo de Die. Le presentó su plan para una nueva fundación, dando como razón principal la tibia y negligente observancia de la Regla en Molesme, que él prometía seguir en el futuro más estricto y perfectamente. A comienzo de 1098 se alistaron veintiún monjes para seguir a Roberto al lugar de un nuevo monasterio, donado a tal propósito por Reinaldo, vizconde de Beaune, viejo benefactor y pariente del abad. Aunque era vasallo de Otón, duque de Borgoña, ofreció un terreno de su propiedad. Estaba ubicado a unos 20 Km. al sur de Dijon, en una zona boscosa muy tupida. El lugar ya tenía nombre: en latín Cistercium (en castellano Císter, y en francés Cîteaux). Su etimología tiene distintas explicaciones; la más probable se refiere a su posición, estando a este lado del tercer mojón (cis tertium lapidem miliarium) del antiguo camino romano entre Langres y Chalon-sur-Saône. Por algunos años la nueva fundación no fue conocida por este nombre, sino simplemente como el Nuevo Monasterio (Novum monasterium). La fecha tradicional de la fundación, según consta en documentos posteriores, fue el 21 de marzo de 1098. Ese año, el Domingo de Ramos coincidía con la festividad de san Benito.
Roberto y sus compañeros deseaban vivamente llevar una vida ascética en pobreza y perfecta soledad, proveyéndose de lo necesario con su propio trabajo, como los Apóstoles de Cristo. En esto no se vieron defraudados, porque la supervivencia en el bosque debió haber sido realmente dura. Sin duda, pasaron los primeros meses talando árboles, construyendo algunos refugios temporales y plantando para la cosecha otoñal. Pero pronto, noticias provenientes de Molesme alteraron el ritmo de oraciones y trabajo manual. Los monjes, que habían visto complacidos la partida de su inquieto abad reexaminaron su actitud crítica. Los nobles de la vecindad, cuyos familiares poblaban la abadía, estaban escandalizados por los hechos turbulentos acaecidos en la comunidad. Sospecharon graves abusos cometidos en la misma, y Molesme comenzó a experimentar las consecuencias de la opinión pública hostil. Los que optaron por permanecer en la misma, decidieron que la forma más eficaz de salir del paso, era, como probaban experiencias anteriores, la vuelta de Roberto a Molesme. Dado que no había esperanzas de que éste volviera voluntariamente, mandaron una delegación a Roma para conseguir que el papa Urbano II ordenara el regreso del abad a Molesme. También se permitía regresar a todos aquellos monjes del Nuevo Monasterio que prefirieran seguir a Roberto, asegurando que en el futuro no se intentaría atraer monjes de una comunidad a otra. Si Roberto, con su acostumbrada inconstancia. Al Nuevo Monasterio se le permitía conservar la Capilla del abad Roberto, esto es, el mobiliario de la iglesia y los textos litúrgicos, excepto el valioso breviario, que se les permitía conservar hasta la festividad de la Pasión de san Juan Bautista (29 de agosto). Así, podían copiarlo en ese lapso de tiempo. Roberto aceptó el veredicto del legado sin resentimiento aparente y, seguido por los monjes que estaban más unidos a él que a Cîteaux, retornó a Molesme, donde reanudó sus tareas abaciales y gobernó hasta su muerte en 1111. Su veneración popular como santo fue reconocida oficialmente en 1220 con su canonización, y en 1222 el calendario cisterciense señalaba su fiesta el 29 de abril.
Poco después de la partida del abad Roberto y de sus adictos, muy probablemente en julio de 1099, la pequeña comunidad del Nuevo Monasterio eligió en su lugar a Alberico, quien había sido prior bajo Roberto y, probablemente, uno de los fundadores de Molesme. Debió haber sido un hombre de habilidad y carácter firme, porque se le atribuyen la consolidación, tanto material como espiritual del Císter. Cuando, debido a la escasez de agua, Alberico encontró inadecuado el sitio del primer emplazamiento y lo cambió casi un kilómetro más al norte, es muy probable que se realizase la construcción de la primera iglesia de piedra del Císter, consagrada por el obispo Gualtero de Chalón el 16 de noviembre de 1106 y dedicada a la Santísima Virgen María, inicio de una ininterrumpida tradición cisterciense. De la correspondencia entre Alberico y Lamberto, abad de Saint-Pierre de Pothières se deduce, que el resto del mandato de Alberico transcurrió en una atmósfera tranquila, de modesta prosperidad. Una tradición inmemorial indica que, bajo el abadiato de Alberico, los monjes adoptaron el hábito blanco, o más bien crudo, bajo el escapulario negro, por lo que recibieron el nombre popular de monjes blancos.
Después de la muerte de Alberico, ocurrida el 26 de enero de 1109, los monjes eligieron abad al prior inglés Esteban Harding. Heredó un simple monasterio que gozaba por entonces de cierto prestigio entre las innumerables abadías reformadas, y dejó tras de sí la primera Orden de la historia monástica, dotada de un programa claramente formulado, ensamblada en un sólido marco legal y en un estadio de expansión sin precedentes. Esteban nació en el seno de una familia noble anglosajona hacia 1060, y pasó parte de su juventud en la abadía benedictina de Sherborne, en el Dorsetshire. La invasión normanda arruinó a su familia, y tuvo que huir primero a Escocia y luego a Francia. Probablemente, completó su educación en París y, con un amigo llamado Pedro, también refugiado de Inglaterra, emprendió una larga peregrinación a Roma, donde ambos comprendieron su vocación monástica. A su retorno les llamó la atención la nueva empresa emprendida en Molesme, quedaron impresionados y decidieron unirse a la comunidad. Desde el comienzo de su administración, se nota una rápida expansión del patrimonio del Císter, gracias a su excelente relación con la nobleza de la vecindad. En un período de cinco o seis años, los monjes establecieron sus primeras granjas, Gergueil, Bretigny y Gremigny, la mayoría en tierras donadas por la condesa Isabel de Vergy, que fue bienhechora insigne de Esteban y de sus monjes. Aimón de Marigny les concedió Gilly-les-Vougeot, posterior residencia veraniega de los abades. Alrededor de 1115, consiguieron los famosos viñedos, conocidos posteriormente como Clos-de-Vougeot, que fueron, quizá, los bienes raíces más valiosos de Borgoña. Recibieron varias donaciones como limosnas libres. Cualquier derecho sobre diezmos que retuviera el donante, se le remitía en su totalidad o se le daba su equivalente en una donación anual, nominal, de las cosechas. Sin duda alguna, el surgir de Císter de la oscuridad hasta un lugar prominente, y la magnética personalidad de Esteban, atrajeron numerosos discípulos y hacia 1112 se planeó una nueva fundación, que se materializó en mayo de 1113, cuando partió un grupo de monjes hacia La Ferté, al sur de Cîteaux, pero todavía dentro de los límites de la diócesis de Chalon-sur-Saône. Luego se hizo inevitable una segunda casa, porque como especifica graciosamente el documento de la fundación, "era tal el número de hermanos en Císter, que ni las haciendas existentes eran suficientes para mantenerlos, ni el lugar en que vivían podía hospedarlos convenientemente".
Con Harding se produjo un gran desarrollo cisterciense, pero durante la última década de su vida, cuya muerte ocurrió en la primavera de 1134, la comunidad estaba como extinguiéndose por causa de no atreverse nadie a abrazar su vida penitente, cuando Dios suscitó al joven Bernardo de Claraval. Sin duda, fue el principal protagonista en el desarrollo de la Orden del Císter en toda Europa. Nació como Bernardo de Fontaine en el castillo de Fontaine-les-Dijon, en Borgoña, Francia en el año 1090. Fue el tercero de siete hermanos. Su padre era caballero del duque de Borgoña y lo educó en la escuela clerical de Châtillon. Después de la muerte de su madre, entró en la Orden del Císter.
Cuando a los 23 años, en el año 1113, ingresó como novicio en la Orden del Císter, le acompañaban cuatro hermanos, un tío y algunos amigos (hasta 30 personas según otras fuentes). Previamente los había educado monacalmente durante seis meses, asegurándose de su lealtad y formando un grupo muy unido. El convencer a tantos fue una labor ardua, especialmente a su hermano Guido, que estaba casado y tenía dos hijas, y que finalmente dejó a su familia y entró en la orden. Posteriormente entrarían en la orden su padre y su hermano menor. El año 1115, Esteban Harding, ante el doble problema de la masiva presencia del clan de los Fontaine y el repentino hacinamiento que habían provocado en su monasterio, decidió enviar a Bernardo a fundar el monasterio de Clairvaux (Claraval) del que fue designado abad, puesto que ocupó hasta el final de su vida. Fundó otros dos más, el de Pointigny y el de Marimond, los cuales junto al de La Ferté forman las cuatro abadías filiales cistercienses. El inicio de Clairvaux fue muy duro. Bernardo participó personalmente en la formación del espíritu cisterciense y fue el artífice de la gran difusión de la orden, pasando del único monasterio cuando ingresó a 343 cuando murió. El régimen impuesto por Bernardo era muy austero y afectó a su salud por lo que se vio obligado a dejar la comunidad y trasladarse a una cabaña que le servía de enfermería y donde era atendido por unos curanderos. Bernardo fue un inspirador y organizador de las Órdenes Militares, creadas para acoger y defender a los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa y para combatir el Islam. Así, tuvo gran influencia en la creación y expansión de la Orden del Temple, redactó sus estatutos e hizo reconocerla en el Concilio de Troyes, en 1128. En 1130, el Cisma del antipapa Anacleto lo apartó de la vida monástica en clausura y comenzó una intensa actividad pública en defensa de Inocencio II. Estuvo movilizado de 1130 a 1137 e hizo del abad uno de los políticos más influyentes de su tiempo. Se desplazaba habitualmente a pie, acompañado de un monje, que hacía de secretario y escribía a su dictado durante los desplazamientos. Tuvo una gran influencia en el desarrollo de la devoción a la Virgen María, por lo que le valió el sobrenombre de Doctor Melifluo (boca de miel).
En 1145, Eugenio III fue nombrado papa. Es el primer papa cisterciense y discípulo de Bernardo. Había coincidido con él en uno de sus viajes y le siguió desde Italia hasta Clairvaux. Allí pasó diez años de vida monástica. En 1140, Bernardo lo había enviado a Italia como abad de Tres Fontanes. Pero su mayor y más trágica empresa fue la Segunda Cruzada, cuya predicación fue por completo obra de Bernardo. Allí apareció con toda su fuerza y con toda su debilidad su ideal religioso. Su fracaso afectó negativamente a su influencia y a su figura carismática, excepcional hasta entonces tanto con el poder religioso como político. En 1153, enfermó del estómago (no retenía la comida y las piernas se le hinchaban), quedó muy débil y murió al poco tiempo. Fue canonizado el 18 de junio de 1174 por el papa Alejandro III, siendo declarado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830.
Los cistercienses se extendieron por toda Europa, no solo por nuevas fundaciones de distinta filiaciones, sino también por la incorporación de monasterios, ya existentes a los nuevos ideales cistercienses. La rápida difusión de los Monjes Blancos se debió al impacto causado en la sociedad de su época: atraían a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a nobles y intelectuales; pero fue consecuencia también de la santidad de Bernardo y de su popularidad. La piedad, la austeridad, la búsqueda de la soledad, hicieron de los cistercienses la orden más atractiva del momento: en Italia estaban en 1120, y en la misma década en Gran Bretaña, Alemania y distintos países centroeuropeos.
Todo el siglo XII y XIII fue de constante expansión. No obstante, con el tiempo, poco a poco fue cambiando el antiguo espíritu de los primitivos cistercienses. La aparición y el auge de las Órdenes Mendicantes provocó en buena medida una perdida de la tradicional importancia espiritual y temporal que el monacato había tenido en Europa Occidental. De todas formas, los cistercienses aun siguieron extendiéndose, si bien los cluniacenses y otros monjes benedictinos conocieron un mayor detenimiento. Los motivos de esta situación fueron varios. En primer lugar se puede destacar la feudalización de los monasterios, pues no solo actuaban como grandes centros o señoríos feudales, sino que sus abades con frecuencia vivían como nobles seculares, con lujos, servicios y practicas del todo ajenas al espíritu de la vida religiosa: había monjes que pasaban por turno a la enfermería para comer carne, la cual estaba prohibida a los sanos, pero permitida a los enfermos. Por otra parte, se unieron circunstancias especialmente graves como la Peste Negra de 1348, que trajo la muerte de todos o casi todos los monjes de bastantes monasterios, lo cual hizo imposible o muy difícil mantener la vida religiosa de tales centros. Esto fue muy acusado en Francia, donde se unieron los efectos de la guerra de los Cien Años.
La principal reforma de los cistercienses se debe a Benedicto XII, tercer papa del pontificado de Avignón, que, habiendo llamado al abad del Císter y sus cuatro principales filiaciones, habló con ellos largamente sobre las necesidades de la orden y expidió su celebre constitución Fulgens quasi stella matutina, dada en 1335, en la cual, después de manifestar su ardiente amor a la orden, da sabios reglamentos para su mejor gobierno y designa los colegios que ha de haber para que los jóvenes aprendan de ella: Salamanca para los españoles, Bolonia para los italianos, Metz para los alemanes, Oxford para los ingleses, escoceses e irlandeses; Toulouse y Montpellier para franceses y españoles vecinos, y París para toda la orden. Los abades comendatarios dieron al traste con la constitución de Benedicto XII, y desde entonces fue imposible mantener la observancia y la unidad. Nunca faltaron conatos de reforma, ya parciales, ya generales, pero no tuvieron completo éxito, sirviendo más bien para divisiones entre unos y otros países. El ultimo esfuerzo se hizo en tiempos de Alejandro VII en el año 1666, pero también fue de escaso éxito. Después empezó a entrometerse la corte de Francia, llegando a nombrar comisarios que asistiesen a los Capítulos Generales, lo cual no pudo menos de ser desastroso, pues los decretos salidos de ellos, marcadamente se resentían del espíritu de la época. Por fin llegó la Revolución, que, pasando de un país a otro, fue arrasando los numerosos monasterios. Ya en 1783 habían desaparecido gran parte de ellos en los dominios del emperador José II de Austria. La asamblea constituyente secularizó en 1790 los de Francia, donde había entonces 194 abadías comendatarias, 34 regulares y un centenar de monasterios de monjas. En la península quedaron maltrechos ya durante la guerra de la Independencia, y por fin, los cerraron los gobiernos de Portugal en 1834 y de España en 1835 y 1836. Once años después tocaba la misma suerte a los del cantón de Argovia y los emperadores de Rusia y reyes de Prusia hicieron desaparecer los de la católica y afligida Polonia. En 1892 muchos monasterios cistercienses se dividieron en dos congregaciones: La Orden Cisterciense de Estricta Observancia y Orden Cisterciense de Observancia Común. Los monjes que se acogieron a la estricta observancia se les llamó Trapenses. Sin embargo, los cistercienses, después de continuas luchas y continuos azares, han vuelto a renacer en todo el mundo, de modo que a finales del siglo XX contaban con 87 monasterios y 4680 monjes.
Los cistercienses se propusieron guardar desde un principio la regla de san Benito con toda su pureza y literalmente, añadiéndole además los estatutos particulares, o la célebre Carta de Caridad, dada por el gobierno de la congregación. El abad del Císter debía visitar las casas procedentes de este monasterio, mientras que él seria visitado por los cuatro abades principales. Los monasterios que tenían filiaciones también tenían obligación de hacer en ellas la visita anual. Cada año habían de reunirse en Capítulo General para tratar de los negocios de la orden. No debian tener privilegios ni exenciones contra la observancia común. Se dan asimismo reglas para la eleccion de abades y deposicion de los mismos, sin excluir al del Císter, que al mismo tiempo era el superior nato de toda la congregacion. También dejó san Esteban una colección de Costumbres, que se guardaban en todos los monasterios y aprobó el Capítulo General después de su muerte. Ademas, los sucesores dispusieron lo concerniente a las ceremonias y usos de la Iglesia y rubricas del breviario y misal, algunos muy especiales y dignos de consideración. El gran aumento de la orden y su difusión hicieron pronto casi imposible algunos punto de la Carta de Caridad, tales como la venida anual de los abades a Capítulo, que hubieron de dispensar a los más distantes, y la dificultad de corregir a los de los países ajenos a Francia. En 1134 se añadieron cuatro definidores, cuyo numero aumentó en 1197, quedando compuesto desde 1265 por 24 miembros, que eran, los abades del Císter, los cuatro principales y otras personas de las filiaciones de los cinco principales monasterios. En este tribunal solían resolverse la mayor parte de los asuntos. La reunión capitular solía tener lugar en el Císter por la fiesta de de la Santa Cruz de septiembre.
Apoyados en la doctrina de san Benito, los cistercienses usaron vestimenta de varios colores, a diferencia de la generalidad de los benedictinos, que visten de negro. Ellos escogieron túnica blanca y escapulario y capucha negra, y para el coro la cogulla blanca. Los hermanos conversos, o legos, tienen color diferente y su escapulario baja poco más de la cintura, terminando en forma redonda. En el coro usan un manto, que llega hasta los pies, del mismo color del habito. Los novicios coristas tienen el mismo habito para el coro, pero blanco, y hay variedad en la longitud del escapulario.
La orden Cisterciense prestó grandes servicios a la cultura moral y material de los pueblos. Ante todo, desplegó una rara actividad en la fundación y organización de colonias agrícolas, llegando a ser, no solo para las demás ordenes, sino también para los seglares, un modelo de administración de los bienes temporales; la agricultura, la vinicultura, la apicultura y la cría de ganado de todas clases, debieron a esta orden un gran impulso. No menos actividad desplegó en la cristianización de los pueblos gentiles, especialmente los livonios, prusianos, obotritas y aun algunos pueblos asiáticos; para ello trabajó incansablemente en el fomento de las ciencias. Ya en 1227 se habla de una casa de estudios en París; en 1244 y 1245, el abad Esteban de Lexington estableció allí mismo un colegio para las personas de la orden; según un acuerdo del Capítulo General en 1245, en cada provincia, y a ser posible en cada abadía, había de fundarse un colegio, por lo cual no tardaron en organizarse los de Metz, Montpellier, Toulouse, Worrzburgo, Oxford y Estrella, y las Universidades de Heidelburg, Colonia, Ingolstadio, Praga, Leipzig, Viena y otras, todas provistas de ricas bibliotecas. Las producciones literarias de los cistercienses son en numero verdaderamente considerable. Entre los escritores de materias teológicas sobresalieron Esteban Harding quien publicó una edición de la Vulgata para que sirviese de norma para los monjes de la orden; san Bernardo, quien por la importancia y difusión de sus obras, por su conocimiento de la hermenéutica y por su elocuencia y riqueza de estilo hay que considerar como el príncipe de los escritores cistercienses; Alger Claraval, Guillermo de S. Thierry, Aelredo de Revesby, Isaac de Stella, Gilberto de Swineshead, Alano de Podio y Petrus Cantor, todos estos contemporáneos de san Bernardo. El famoso Alonso de Insulís, Tomás Balduíno, más tarde arzobispo de Cantorbery; Gilberto el Grande o el Teólogo; Humberto de Gendrey, interprete de Aristóteles; Conrado de Ebrach, profesor de las Universidades de Praga y Viena, etc.Congregaciones cistercienses
Algunos escritores señalan varias congregaciones de cistercienses antes de las reformas parciales que dividieron la orden desde el siglo XV. Entre ellas se encuentra la llamada florense, fundada por el famoso abad Joaquín de Coraccio, en Calabria, y que tomó el nombre del monasterio de San Juan de Flor en 1196; o la del Valle de las Coles, instituida por el monje Viardo, cerca de Aviñón en 1240. Pero las verdaderas congregaciones cistercienses son las que a continuación se mencionan aquí:
Congregación española: llamada también Congregación de la Observación, o de Castilla, o de san Bernardo. La inició Martín de Vargas, maestro de teología y monje del monasterio de Piedra en Aragón. Deseando restaurar la disciplina y librar a los monasterios de los abades comendatarios, pasó a Roma con Miguel de Cuenca, y en 1425 obtuvo de Martín V la facultad de fundar dos monasterios exentos de la jurisdicción del Capítulo General y del abad de Piedra. Estos conventos debían ser gobernados por superiores trienales y por un gran reformador, elegido cada cinco años. De vuelta a España fundó el monasterio de Monte Sión (1427), donde se tuvieron los Capítulos hasta 1554. Martín pasó grandes dificultades para implantar la reforma y murió en 1446. Durante cuarenta y cinco años no hubo más que dos monasterios, Monte Sión y Valbuena, a los cuales se agregó en 1469 el de la Huerta, en el obispado de Sigüenza. Después creció el numero rápidamente gracias al apoyo de los Reyes Católicos, llegando a contarse 61 conventos, de los cuales 39 ya eran antiguas abadías de la orden. En 1505 se unió el de Palanzuelos en la diócesis de Palencia, donde se puso la residencia del superior general de la congregación. Se distinguió esta por la observancia y los estudios, habiendo salido de su seno gran numero de varones ilustres en santidad, letras y dignidades. En el siglo XVII hubo una especie de cisma que causó gran revuelo y puso en notable peligro la observancia.
Congregación toscana: llamada también congregación cisterciense italiana o de Lombardía. Fue iniciada por Alejandro VI en 1496 y restablecida por Julio II en 1511. La confirmaron y añadieron varios privilegios León X, Paulo III y Gregorio XIII. Después Urbano VIII aprobó sus estatutos. Constaba de 45 casas, de las cuales 19 eran de antigua fundación. Estaba gobernada por presidentes y Capítulos anuales. Los abades eran trienales.
Congregación portuguesa: llamada de san Bernardo y de Alcobaza, que era su principal monasterio. Fue iniciada por san Pio V en 1567, y la reconoció también el rey Sebastián. Constaba de 17 monasterios, 13 de los cuales ya existían antes, y a consecuencia de las disputas abolió el derecho de afiliaciones. Lo visitaron con frecuencia los monjes españoles. Tuvo muchos e insignes hombres ilustre en virtud y ciencia.
Congregación aragonesa: estaba compuesta de los monasterios cistercienses de Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca, y la inició Paulo V en 1616. Sus monasterios eran 18, siendo la mayoría de ellos muy conocidos, como Poblet, Santa Creus, Piedra, Veruela, existentes ya desde el siglo XIII. También tuvo bastantes hombres insignes, aunque no tantos como la llamada Española.
Congregación de Alemania la Alta: comenzó en 1595 con motivo de la visita que por mandato de Clemente VIII hizo el abad del Císter a los monasterios alemanes. Al principio reunió solo seis monasterios, después se unieron 14 más y llegó a dividirse en cuatro provincias. Era gobernada por un presidente, asistido de secretario y comisario. El presidente era el abad de Salmansweiler, donde estaba también el noviciado de la congregación. Sus constituciones fueron aprobadas en 1654. De esta congregación se han conservado hasta nuestros días solamente los conventos de Wettingen-Mehrerau, Marienstatt y Stama.Religiosas cistercienses
El origen de las monjas cistercienses data de época posterior a la de los monjes, siendo su primera fundación el monasterio de Tart en el año 1120, situado a pocos kilómetros de Dijón. Las religiosas eran procedentes de Jully, donde era monja y murió santa Humbelina, hermana de san Bernardo. De Tart se extendieron por Francia y luego por el resto de la cristiandad. En España hicieron la primera fundación en Tulebras, Navarra, en el año 1134. Luego siguió el de Las Huelgas de Valladolid (1140), y después otros, siendo el más celebre el de Santa María de las Huelgas, en Burgos (1187), bien conocido en España y fuera de ella. Se debió esta fundación al rey Alfonso VIII, cuya hija, Constanza, entró allí monja y fue la segunda abadesa. En Italia se establecen monjas cistercienses desde 1171. Las fundaciones de Alemania, Suiza y Flandes son algo más tardías. Las religiosas se acomodaron en lo posible a la vida observante de los monjes, y vieron aumentar sus casas. Con el tiempo fue decayendo la observancia, por lo cual se formaron algunas congregaciones para restaurarla, principalmente en España, donde en 1493 se dio principio en Gradefes, León, a las bernardas recoletas. En Francia se fundó en 1588 el primer monasterio de fulienses, cerca de Toulouse. En Saboya, el año 1622, Luisa-Blanca Teresa Ballón fundó, con la ayuda de san Francisco de Sales, la congregación de bernardas reformadas de la Providencia. Es famoso en la historia el monasterio de Port Royal donde estableció una reforma la abadesa Angélica Arnaud en 1626. La Revolución arruinó también la mayor parte de los monasterios de religiosas cistercienses, que no obstante han vuelto a revivir en un numero considerable. En el siglo XX se estimaban el numero de conventos en 130 y las religiosas en 3750, de las cuales 2415 pertenecían a la observancia común, 900 a la trapense y las restantes a las otras congregaciones.
El Císter en España
La introducción del Císter en España se remonta al siglo XII, cuando monjes procedentes de Scala-Dieu, filiar de la gran abadía de Morimond, fundaron un monasterio en Yerga, primera de las ubicaciones que posteriormente pasaría a Nienzelas y finalmente, después de doce años se asentaría en 1140 en la localidad navarra de Fitero. Dado que por aquel entonces la parte sur de la Península, o estaba bajo el control de los musulmanes o se consideraba insegura, casi todas las casas cistercienses se ubicaron en la zona norte del país. En líneas generales las regiones de Castilla, Aragón y Navarra fueron de expansión de Morimond iniciada en Fitero, mientras que las zonas más periféricas como Cataluña, León, Galicia y Portugal pertenecieron más a la línea clavalarense. La primera fundación femenina sería Tulebras, no lejos de Fitero, con monjas procedente de la abadía francesa de Fabas, a su vez procedente del monasterio femenino de Tart. La nueva casa de Tulebras se convertiría en difusora del Císter femenino por las cuencas de los ríos Duero y Ebro. La comunidad de Tulebras intervino, entre otros, en el palentino monasterio de Perales (1160); en la abadía leonesa de Gradefes (1169); en la fundación del zaragozano Santa María de Trasobares (1162) y en las Huelgas de Burgos, fundado por Alfonso VIII y su mujer Leonor de Plantagenet (1187).
El escaso interés de san Bernardo por las fundaciones hispánicas no parece obstáculo para la difusión de los cistercienses en la Península Ibérica, ni por tanto, en los reinos de León y Castilla. En época medieval la región leonesacastellana contaba con 56 monasterios, mitad masculinos, mitad femeninos.Ora et labora (reza y trabaja)
La jornada del monje cisterciense, marcada por el toque de campana, estaba ordenada según el calendario solar y tenia dos ritmos de carácter estacional: estival e invernal, en función precisamente de la luz solar. En realidad, este astro fue el principal reloj que tuvieron los monjes antes de que comenzaran a usarse los de péndulo, en el siglo XVIII. En la época veraniega se dedicaba aproximadamente seis horas al trabajo manual, entre tres y cuatro horas al oficio litúrgico y seis horas al dormitorio. Por el contrario, en época invernal se aumentaba considerablemente el descanso, se reducía el trabajo manual y se intensificaba la lectio. La propia regla de san Benito establecía la rutina diaria de los monjes, basada en el número sacro de siete horas para el Oficio Divino: Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. A continuación muestro una tabla donde se puede ver cómo transcurría el día de los monjes a lo largo de un año en la época medieval:
A lo largo de la jornada se van distribuyendo, de forma secuencial, Prima, Tercia, Sexta y Nona, todas ellas con la misma estructura: verso inicial, himno, tres salmos seguidos de una breve lectura. Hay también una adaptación, especialmente para Nona, cuyo horario se adaptaba según verano o invierno. Junto a Completas constituyen las cinco horas menores. Las Vísperas tenían una estructura similar a Laudes. Además de cuatro salmos con sus antífonas, propios para cada día de la semana, los monjes cantaban el Magnificat, realizaban una antífona y por último el abad cantaba el paternoster y finalizaba con la pertinente oración del día.
La dieta alimenticia de los monjes cistercienses era plenamente benedictina y fundamentalmente mediterránea: cereales, vino y aceite; a ellos se añadían legumbres y frutas. En cuanto a los productos de origen animal, estaba prohibido el consumo de carne, a excepción de las aves y productos derivados como el queso y, en ocasiones, la manteca. Se consolidó el consumo de pescado, mayoritariamente de procedencia fluvial. La base dietética estaba en el pan y el vino, de gran simbolismo litúrgico. Los cereales, fundamentalmente a través del pan, eran principalmente el trigo y el centeno, prioritariamente el primero, si bien el consumo de pan blanco estaba reservado a los enfermos. Los monasterios obtenían una buena parte de los cereales que consumían de sus rentas de tierra y heredades, pero también de la explotación de los molinos. Otro tanto sucedía con el vino, que en gran medida llegaba a los monasterios procedente de su propio patrimonio. Para consumo era mezclado con agua, pero ello no impedía que se tratase de obtener optimi vini. Los monjes exigían buenos caldos tanto blancos como tintos. El consumo de pan y vino está regulado en la legislación casinense: la medida de pan será una libra por monje, tanto si hay una comida como si hay dos. La medida de vino está menos definida: un sextario cada día, equivalente a una hemina, es decir, en torno a un cuarto de litro. El tercer alimento de la dieta mediterránea es el aceite, utilizado como condimento. Como alternativa o complemento utilizaban la manteca de cerdo, no siempre permitida en los primeros tiempos, pero que se detecta entre los productos que los monasterios obtenían como rentas. A pan, vino y aceite, han de añadirse legumbres, secas y verdes, que servían para cocinar un potaje llamado en latín, pulmentaria. El pescado, que tenía también amplias connotaciones bíblicas solucionaba la abstinencia. Casi siempre procedía de los lagos, ríos cercanos y conductos de agua de molinos. Por último completaba la dieta las frutas, tanto verdes como secas, de consumo estacional, procedentes especialmente de las huertas monásticas o de huertos más alejados.
Expansión del Císter y sus cuatro abadías filiales
Monasterios masculinos y femeninos cistercienses en España
Regla de san Benito
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